Mi abuela no era ministra, pero era una de mis mejores amigas. En el hospital la apodaron así porque tenía la habitación siempre llena de gente a la que no paraba de dar órdenes. Jugamos a miles de cinquillos en salas de espera. Entre nosotras, la diglosia gallega y un montón de paseos, vermús y años, generaron una relación que traspasa y habla de sangre al mismo tiempo. Intentamos quebrar, hasta que quebró su cuerpo, un trauma y silencio intergeneracionales. La historia de mi abuela es Historia, una crónica de posguerra para niñes, una anécdota graciosa para pobres. Una vida que intentamos llenar de cuánta alegría pudimos, a pesar de la muerte.